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Y ya van 107

  • Leidy Jaramillo
  • 16 nov 2015
  • 5 Min. de lectura


Al rincón de una sala, llena de ancianos que se quejan de dolor, se encuentra un hombre callado, con los ojos cerrados a quien no se le escucha ni un solo quejido, con una ruana de color café sobre sus hombros, con un gorro y unas zapatillas de lana que lo mantienen tibio y taciturno. Llego, me siento a su lado, y después de varios minutos de haberle dicho “buenos días Alfredito” me responde

-Bueno días, ¿quién es usted? -Soy Leidy la muchacha que ha venido a charlar con usted estas semanas -¡Ah! ¿Entonces no es usted quien vino a darme esa pastilla con la que me quieren matar?

Alfredito es un hombre que a sus 107 años, le teme a tomarse la única pastilla que toma a su edad, y la cual le ayuda a apagar la luz de su mente, para que pueda dormir tranquilo. Muchas personas a las que Alfredito les dobla la edad quisieran poder gozar de solo tomarse una pastilla para dormir.

Los ojos de Alfredito se apagaron por su edad, así como la capacidad auditiva que se ha ido consumiendo, también su pelo empezó a teñirse de canas y su piel empezó a colgarle del cansancio. La visión no es lo único que le falta, también le falta un riñón, pero nada de esto ha sido impedimento para que Alfredito goce de una salud tranquila a sus 107 años.


*


Alfredo era un hombre trabajador, tomador y mujeriego; quién toda la semana entraba en las profundidades del verde espeso a cortar leña, esos montes llenos de verde y aire puro solo se vieron hasta principios de este siglo, el entraba allí día tras día con su hermano a cortar leña para vender y sobrevivir, “Uno halaba para abajo y otro para arriba, uno para abajo y el otro para arriba, hasta que arrancábamos la madera, apunta de fuerza y serrucho “después de arrancarla la acerraban, y salían a venderla al parque del municipio de San Carlos el fin de semana, después de venderla, se iban comprar el poco mercado que se necesitaba en esa época, poco porque casi todo lo producía la tierra donde vivían, hasta la carne, pues la cazaban, después de mercar se iban a relajarse con un par de aguardienticos como buenos antioqueños y como dice él para estar animadito para caminar hasta su finca que en esa época quedaba casi a dos horas de la cabecera municipal del pueblo.

Su hija Libia Rosa recuerda, como eran esos domingos en lo que su papá llegaba del pueblo: “Mi papá entraba borracho y cantando a la orilla de un palmar, una canción que hasta el sol de hoy todavía canta, en su mano izquierda siempre la bolsa de mercado, y su mano derecha su copa de aguardiente porque aunque mi apá tomaba nunca faltaba con su responsabilidad, saludaba a mi mamá y le pedía la comida, se sentaba y mientras disfrutaba de un animal de monte que había sido asado especialmente para él preguntaba cómo nos habíamos manejado nosotros, y seguía cantando su canción favorita. Mi apá nunca le alzo una mano a mi mamá, él siempre ha sido muy querendón, y le encanta que lo consientan”

Ahora Alfredito perdido en las fechas, las horas y los días, vive sentado en su silla de ruedas o en su cama, esperando alguien que llegue a visitarlo y a quien poder darle la mano y cantarle a la orilla de un palmar, que es lo que mejor sabe hacer


A la orilla de un palmar yo vi de una joven bella su boquita de coral sus ojitos dos estrellas

Al pasar le pregunte que quien estaba con ella y me respondió llorando sola vivo en el palmar Soy huerfanita ¡ah! no tengo padre ni madre ni un amigo ¡ah! que me venga a consolar Solita paso la vida a la orilla de un palmar y solita voy y vengo como las olas del mar…



Alfredito sin padre ni madre con quien hablar, se la pasa esperando en silencio, a alguien que llegue a hacerle compañía, esperando quien le dé su mano para tratar sentirse acompaño, para poner a funcionar sus memoria y cantarle, o simplemente echarle piropos sin ni siquiera poder ver su rostro, porque su picardía y coquetería aún siguen viviendo con él.

-Alfredito y usted cuantos hijos tuvo Entre risas me responde -Yo no tuve ninguno, los tuvo fue mi esposa.

Tuvo 8 hijos, de los cuales han muerto tres y el solo sabe de la muerte de una, quien murió cuando Alfredito tenía aproximadamente 88 años, si le cuentan las otras muertes podría deprimirse, solo 2 de sus 5 hijos que aún están vivos lo visitan.

La mayor de sus hijas que se llaman Libia Rosa, y quien fue con la última que vivió y a quien pidió que lo ingresara al asilo, y la menor quien vive lejos de marinilla, pero que siempre que puede lo visita. Alfredo aunque está perdido en el tiempo tiene presente si su hija libia falto una semana a visitarlo, pues ella trata de nunca faltar, y cada lunes llega a endulzar la vida de Alfredito.

Los dulces y el aguardiente es lo que más extraña Alfredito de su juventud, me dice que lo que más le gustaba hacer era tomar guaro y que lo que más desea en estos momentos es comerse un pedazo de panela con una taza de mazamorra; le pregunto a la enfermera por qué no le dan el pedazo de panela y me dice que es muy dulce y que aunque él no sufre de nada le podría hacer daño tanto dulce.

Muchos se preguntaran cual es el secreto para vivir tanto tiempo, Alfredito dice que él lo único que hacía era tomar malta con huevo crudo, pues le decían que eso subía las defensas, y comer toda clase de animal de monte, que cazaba en sus tiempos libres.

“A mí me gustaba ir a cazar chucas, guaguas, conejos y todo lo que se me atravesara, para que mi esposa después lo pusiera a asar al aire libre, mija nada tan bueno como la carne de guagua”



-¿Y que es una guagua Alfredito?

Se queda callado por unos minutos y me responde:

- Pues un animal.

En una de las tantas faldas de Marinilla, queda el centro del bienestar del anciano, donde viven muchos adultos mayores, enfermos, adoloridos, cansados de la vida, y a quienes sus familias no pueden cuidar. Pero allí también vive un hombre que a los 107 años, no le duele ni una muela, solo toma una pastilla para dormir para poder apagar la luz de su cerebro por unas horas y descansar, la luz de sus ojos la apagó la vejez y ya no puede ver, pero si sentir y cantar con el alma.

Mientras estamos allí sentados en silencio, después de un buen relato la tarde se empieza a pintar de azul oscuro, y llega la enfermera “Alfredito, Alfredito, venga pues que le voy a dar un confitico para que pueda dormir hoy bien rico”

“No, no, no pabola “

Seria difícil creer, que ha Alfredito a sus 107 años solo se toma una pastilla para dormir, y solo cuando la recibe, porque él dice que lo van matar con eso.


 
 
 

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