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La pesadez del alma.

  • Camilo Giraldo Giraldo
  • 11 dic 2015
  • 4 Min. de lectura


Se pone su disfraz entre la noche y la madrugada; un ruido que viaja entre el viento y el sereno con tintes de pesadez, mitificando un dolor que refleja la misma muerte; hacen de su vida un calvario constante. Una lucha inmutable en su ser hace que se siente en el olimpo cuando él está, pero al llegar al lugar donde sus pensamientos se encuentran con sus emociones, el invierno llega y sin tocar a la puerta, se transporta bajo sus baldosas para sentir en sus misma carne el sudor que invade todo su cuerpo.


¿Por qué no puedo ser yo?.. ¿Qué me hace diferente?.. Pregunta tres o cincos veces en su caminar constante por la vida…haciendo un pare, y como siempre sus preguntas tienen igual respuesta. Retoma el caminar y tratando de mirar al firmamento, cosa que no es capaz de hacer, pues no siente razón alguna para hacerlo, ya que el olor a estiércol y alcantarilla que pesa sobre su espalda no se lo permiten.

Su vida pasa buscando los rayos del sol, para sentir un respiro de paz en su corazón, pero lucha y lucha y solo encuentra destellos de sombras y caras que asemejan películas de terror; no tiene razón para seguir demarcando un leve gesto de amistad en su rostro.


Viajes, joyas, ropa, lugares y restaurantes, son las cosas que recrean la vida de Lucrecia; donde cada paso es un pensamiento inmediato a las calles de Hollywood, atardeceres en Hawái, o ir de compras en New York, Lugares que conoce a la perfección. Su cuerpo ha sido escenario de quirófanos y bisturí, en el cual se han hecho curvas en picada, montañas en relevo y un sinfín de formas y figuras que solo su compañero y ella conocen.

No es raro encontrársela en un yate tomando el sol, con una copa de vino y una cena que solo Frank puede cocinar, pues sus platos entre risas y comentarios le han dado la vuelta al mundo.


-“tenerlo a él, solo para mí, siguiendo mis caprichos y órdenes”.- pensaba Lucrecia, es tener el mundo a mis pies.

Las noches de diversión, el dinero sin límites y las aventuras de cama en cama, son los placeres que disfruta junto a él. Pero todo esto y a las comodidades a la que ella está acostumbrada, no son suficientes para evitar el sufrimiento y la pesadez que lleva en sus entrañas.


Sentir que se revuelca en un potrero cada vez que la toca, debido a los besos que le deposita en su cuerpo como quien va por carretera destapada y sin frenos; su cuerpo parece una luna llena, donde el frío se hace presente y cada vez que la monta siente la impresión de estar en medio del océano a punto de ser sumergida hasta el fondo, con temor de no volver a la cima. El whisky y el cigarrillo, son sus amigos a la hora de entregarse, para que ese momento no sea tan parecido al holocausto que lleva por dentro.


Solo sueña en el momento que salga el sol para borrar la culpa que se vislumbra entre sabanas, almohadas y coqueteos. Es el mejor momento para ella.

“No tengo palabras para describir el fuego que arde en mi para salir corriendo y dejar todo atrás, empezar una nueva vida y no volver. Si tuviera la fuerza y la mirada de un verdadero amor, todo cambiaria.” Son los pensamientos constantes de Lucrecia. Pero de un tirón se recuerda a ella misma que eso es un imposible, pues el miedo que hay en ella es peor que la necesidad de buscar una nueva oportunidad.


“¿Sera que la felicidad que tenia de niña algún día volverá y el viento podrá volver a tocar mi rostro con la naturalidad que lo hacía, cuando corría por las calles de mi barrio libre como los pájaros que vuelan en el firmamento?” Son algunos de los sueños que golpean los pensamientos de esta mujer.


Entre la sociedad se rumora que una mujer es la causante de que el alma se le parta en dos; de las noches en llanto y soledad que pasa Doña Susana, mujer respetada por todos debido a su educación y clase. Se rumora que las llegadas tarde de su señor esposo, a casa se deben por los encuentros extramatrimoniales que tiene. Pero todo se queda en sospechas pues él sabe controlar la situación y poco habla de su vida; es un secreto que solo sabe él y Lucrecia, su compañera de las noches, ese manjar de dioses, pero que para ella son las causantes de sus odio mismo.


Pasan los meses, días, horas, minutos y Lucrecia sueña con el día de librarse de la vida que lleva bajo sabanas y oscuridades, pues ya está cansada de ser la otra, la moza, la amante, la cualquiera o como se siente ella una puta sin escrúpulos, que hace lo que sea con tal de tener la vida que sus padres no pudieron darle. Mientras que el esposo de Doña Susana no ve que pase el tiempo para entregarse en los brazos de la mujer que lo hacer olvidar su vida de casado y responsabilidades


 
 
 

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